En un giro que ni el mejor guionista de “Misión Imposible” hubiera imaginado, la inteligencia ucraniana organizó una operación bautizada como “Spider’s Web” para colar 117 drones suicidas dentro de Rusia y asestar un golpe demoledor a la flota aérea enemiga. Según Reuters, las imágenes por satélite y vídeos verificados muestran que varios bombarderos estratégicos rusos Tu-22 y Tu-95, estacionados en aeródromos tan remotos como Belaya (Irkutsk) y Olenya (Murmansk), quedaron fuera de juego tras ser alcanzados por explosiones sincronizadas a miles de kilómetros del frente.
Los Servicios de Seguridad de Ucrania (SBU) no se limitaron a pulsar un botón desde Kiev: tras más de un año de preparación, agentes infiltrados lograron introducir los drones ocultos en camiones comerciales, transportándolos inadvertidamente por todo el territorio ruso hasta dejarlos “listos para despegar” en hangares improvisados. Cuando los aparatos alados recibieron la orden de lanzamiento, partieron hacia sus objetivos a una distancia récord de 4.300 km del frente, dejando un reguero de hierro retorcido y pistas de aterrizaje inutilizadas en su ruta.
El bombardeo sorprendió a las autoridades rusas, cuyo sistema de defensa aérea —presumiblemente preparado para repeler proyectiles convencionales— no supo interceptar la oleada de drones travestis. De los 117 drones desplegados, al menos 41 lograron impactar contra sus objetivos; de ellos, 13 bombarderos rusos resultaron destruidos y varios más añadieron su nombre a la lista de “dañados gravemente”. Según analistas independientes, el golpe podría costarle a Rusia cerca de 7.000 millones de dólares en material perdido, algo así como una nómina anual de cientos de miles de soldados a la intemperie.
La elección de los aeródromos atacados no fue casual: Belaya, en Irkutsk, y Olenya, en Murmansk, son nidos de bombarderos nucleares capaces de portar misiles de crucero de largo alcance. Desde ahí, Rusia planifica golpear objetivos occidentales con un ligero movimiento de pulgar. Desactivarlos supone un serio revés a la proyectada capacidad de Moscú para coquetear con la disuasión nuclear, al menos hasta que consiga reponer sus flotas —y, como bien señalan los expertos, algunos modelos de Tu-95 y Tu-22 ya no se fabrican. La renovación rápida no parece factible ni comprensible sin hacer números rojos en otros programas militares o sociales.
La sofisticación tecnológica de los drones —equipados con sistemas de navegación por IA y comandos remotos de última generación— demuestra que Ucrania no solo ha aprendido a fabricar armas con cualquier desperdicio electrónico, sino que también ha logrado dominar la guerra asimétrica a un nivel que pone en jaque la logística rusa. “Incluso si interceptan uno, aparecen dos más”, comenta un analista militar que prefiere mantenerse en el anonimato. En este escenario, la pregunta no es tanto “¿cuántos drones envió Ucrania?”, sino “¿cuántos más fabricarán con piezas de chatarra y voluntad férrea?”.
El presidente Volodímir Zelenski calificó la operación como “absolutamente brillante” y resaltó que el éxito radica en la capacidad de Ucrania para proyectar poder a distancias tan inverosímiles. Por su parte, el Kremlin envió un comunicado salpicado de amenazas: aseguraron que “la estrategia de Ucrania se estrellará contra las fuerzas de defensa rusa” y adelantaron “medidas contundentes”. Traducido: más presupuesto para sistemas de defensa aérea y vigilancias aún más paranoicas en cada punto cardinal.
Resulta revelador que este ataque se produzca justo cuando Occidente se debate entre el envío de más armamento avanzado o el abatimiento de un inevitable desgaste económico propio. Si Moscú se ve obligada a dispersar sus recursos para proteger instalaciones desperdigadas por Siberia y el Ártico, cada euro ruso dedicado a reforzar defensas es un euro menos para el desarrollo de otros programas sociales (o —por qué no— para alimentar la maquinaria propagandística que proclama la victoria cada vez que logran derribar un dron).
Lo curioso es que, mientras Rusia pone el grito en el cielo por estos drones “ocultos” en camiones, en los círculos castrenses se preguntan si no hubiese sido más sencillo lanzar un hermoso monólogo amenazante y rezar para que los aparatos se perdieran en un bosque remoto. A juzgar por las imágenes de satélite, aquello se pareció más a un desfile de moda gótica: murallas de humo, explosiones sincronizadas y un coro de sirenas que ni las orquestas rusas más sinfónicas podían imaginar. Todo ello, sin pisar suelo ucraniano.
En definitiva, si a alguien le quedaba duda de que la guerra moderna se libra con un clic, esta “Spider’s Web” se encarga de recordarlo con estruendo. Y mientras los rusos se aferran a construir más búnkeres tecnológicos, los ucranianos parecen empeñados en meterles la cabeza debajo del agua con drones que, en lugar de romper barreras físicas, demolieron la sensación de invulnerabilidad rusa. Al ritmo que van las cosas, los generadores de memes lo tendrán difícil: ninguna batalla en Ucrania parece ser demasiado absurda para licuar el folclore de la guerra en un meme viral.
¿Moraleja? Nunca subestimes el poder de un dron camuflado en un tráiler. Puede que a Putin le salga caro en “ratings” de orgullo nacional, pero a los ingenieros ucranianos les salió gratis en propaganda estratégica (y además abultó las listas de “bombarderos caídos” en el inventario ruso). En un conflicto donde los grandes tanques retumban en el barro y la diplomacia se tambalea en ruedas de prensa, la próxima gran sorpresa podría llegar con alas de plástico y cámara incorporada. Y la élite rusa, mientras tanto, seguirá rezando para que no haya “drones ocultos” en el contenedor de pimientos que reciban de exportaciones agrícolas. Quién lo diría: a veces los enemigos mortales no llegan por el aire, sino que se presentan a la puerta con un sello de “envío exprés”.
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