Netanyahu en solitario: cuando tus aliados te dejan plantado

Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí que parecía tener al mundo a sus pies, hoy se encuentra más solo que un músico de funeral en karaoke. La semana pasada, los principales apoyos de Israel le dieron la espalda: Estados Unidos omitió a Tel Aviv en su gira por Oriente Medio, mientras Alemania e Italia presionan por un alto el fuego en Gaza Reuters. En resumen, el halcón de siempre ahora vuela en solitario, rodeado de reproches diplomáticos y miradas disgustadas.

A nivel internacional, las quejas ya no son quejas diplomáticas de protocolo: se han convertido en advertencias con fecha de caducidad. Bajo la dirección del presidente Trump, la Casa Blanca dejó claro que la guerra en Gaza está causando “dificultades” para la relación bilateral y presionan por un alto el fuego que Netanyahu no quiere ni oír. Por su parte, la Unión Europea estudia revisar el acuerdo de asociación con Israel y ha dejado caer la idea de imponer algún tipo de sanción si la ofensiva no frena el derramamiento de sangre civil Reuters. El resultado: Netanyahu ha pasado de invitar a la “Riviera de Oriente Próximo” a la que Trump aludía, a convertirse en el tipo que paga la cuenta y se queda sin sitio en la mesa.

Mientras el mundo afina los cuchillos para asar públicamente sus decisiones, en Gaza la situación raya lo kafkiano: más de 14.000 civiles han muerto en lo que va de ofensiva, la mayoría mujeres y niños, y más de 2,1 millones de palestinos están al borde de la hambruna tras el bloqueo total en marzo El País. La ONU advirtió que, si no aumenta la ayuda humanitaria, otros 14.000 menores podrían no sobrevivir en los próximos meses. Y, sin embargo, Netanyahu sigue empeñado en consolidar la agenda de la extrema derecha israelí, que incluye asentamientos en Cisjordania y una limpieza étnica de facto en Gaza El País. Parece que, para él, una buena foto sacando pecho gobierna mejor que un plan de rescate humanitario.

En el ámbito interno, el panorama no es más halagüeño. Las manifestaciones en Tel Aviv y Jerusalén ya no son protestas esporádicas: se han convertido en un clamor constante. Grupos de estudiantes, opositores y algunas familias de rehenes exigen la dimisión de Netanyahu. Según una encuesta preliminar, un 54 % de los israelíes cree que debería abandonar el cargo si no logra un acuerdo de alto el fuego y la liberación de prisioneros Reuters. Pese a esto, Netanyahu ha respondido ampliando los poderes de la inteligencia y nombrando a un jefe del Shin Bet al margen de los consejos del Tribunal Supremo, lo que ha generado una crisis institucional de proporciones épicas.

Para colmo, las investigaciones por corrupción que datan de años atrás se reavivan cada vez que la atención mediática se desvía. El fiscal general ha reabierto pesquisas sobre posibles fondos de Qatar a su campaña electoral, lo que añade leña al fuego de la desconfianza ciudadana. Aunque los detalles se mantienen en hermetismo digno de película de espías, el simple hecho de que persista la sombra de un posible juicio penal complica aún más su capacidad para navegar en aguas tormentosas.

En el plano diplomático, los arrestos emitidos por la Corte Penal Internacional en noviembre de 2024 contra Netanyahu y el exministro Yoav Galant, aunque no vinculantes para Estados Unidos, han pulverizado cualquier margen de maniobra moral que pudiera restar Reuters. Cada reunión con líderes extranjeros se convierte en un incómodo recreo de gestos corteses, miradas esquivas y discursos de compromiso que nadie se cree. Incluso los países árabes, antaño reticentes, contemplan ahora la posibilidad de reconocer a Palestina para presionar a Israel a cesar las hostilidades.

La alianza con Estados Unidos, otrora inquebrantable, parece ahora una especie de matrimonio de conveniencia en trámite de divorcio. Trump habló la pasada semana de “una nueva era en Oriente Medio”, pero la realidad es que Netanyahu ha cavado su propio hoyo al negarse a escuchar las demandas de los aliados y al poner su supervivencia política –y la de su coalición ultranacionalista– por encima del rescate de rehenes y los Derechos Humanos.

En definitiva, Netanyahu cae de pie… en un vacío. Su carrera política pende de un hilo tan delgado como la cuerda de un trapecista sin red. Si la presión interna e internacional no logra primar la razón sobre el instinto de supervivencia, Israel podría asistir a un cambio de timón histórico. Y si algún día escribe sus memorias, seguro que el capítulo más jugoso no será acerca de conquistas militares, sino de cómo sus amigos más cercanos le cerraron la puerta cuando más los necesitaba. Irónico, ¿no?

Por ahora, el primer ministro sigue aferrado a su estrategia como quien se agarra a una barra de sujeción en el metro: con uñas y dientes, a expensas de que la siguiente estación sea la de la caída. De fondo, el murmullo del mundo crece: ya no se trata de reproches, sino de una cuenta atrás en la que él mismo ha puesto la alarma.


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